El día domingo viajamos Cristóbal, Ana Lucía, César Andrés y yo a Salinas de Ibarra en Ecuador. Fue un viaje muy agradable ya que, con un pasaje de $20, desde Ibarra hasta Salinas pasamos toda una aventura.
Nos levantamos a las 5 am y nos pasó llevando Cristóbal en el taxi que venía desde su casa. LLevamos el equipo de experimentación electrónica para entregar a César Andrés cuando lleguemos a Ibarra. Cuando llegamos a la terminal terrestre interprovincial en el norte de Quito, pudimos comprar los pasajes rápidamente los tres.
Se nos hizo corto el viaje a Ibarra ya que conversábamos de temas interesantes. Cuando llegamos, tomamos un taxi hacia la casa de César Andrés y le entregamos la electrónica. Enseguida la guardó en su dormitorio y bajó para dirigirnos a la estación del tren. Habíamos comprado los pasajes con antelación la semana anterior y, como llegamos con más de una hora de antelación, decidimos servirnos los panes de canela que Ana había hecho el día anterior. Ella decidió pedir un café con sándwich en la estación mientras que César Andrés y Cristóbal se tomaron jugo de caña por tan solo $0,50 cada vaso grande.
Cuando nos embarcamos, nos pidieron que presentásemos nuestras identificaciones pero César Andrés no había traído la suya. Sin embargo, le dejaron ingresar. (Es menor de edad.)
Pasamos por dos puentes y cinco túneles que fueron construidos hace cien años. Algunos de los túneles sobrepasaban los cien metros de largo y eran totalmente oscuros. Algunas personas se asustaban y gritaban en esos trayectos por el vértigo.
Durante el viaje consumimos el té de hierba luisa y los panes de canela que traía Ana. Además, ¡nos sirvieron una colación que tenía refrigerio y tortilla de chocho!
A medida que avanzábamos hacia Salinas, nos describían los diferentes climas que pasábamos desde húmedos a secos con la respectiva vegetación de la zona. Sentíamos cómo acrecentaba el calor con el cambio de altura de 2400 hasta los 1600 metros en Salinas. El viaje duró aproximadamente una hora y media.
Cuando llegamos, nos recibieron con un grupo de baile típico y banda de pueblo (se llama bomba). Algunos danzantes bailaban descalzos sobre los adoquines. Al final, nos invitaron a bailar con ellos y ellas.
Terminado el espectáculo, visitamos la tienda de artesanías y nos dirigimos a un paseo turístico por el pueblo. Nos explicó una de las bailarinas (la que bailó con una botella en la cabeza) la historia y las tradiciones del pueblo con una muestra de los murales que había pintados en diferentes lugares del pueblo. Nos sorprendió la lucha del pueblo afro desde su esclavitud con los jesuítas, trabajo en el algodón, explotación de la sal y posterior trabajo en el cultivo de la caña.
Visitamos luego el Museo de las Minas de Sal. La sal había sido tan rentable como la explotación del oro. Nos explicaron el proceso de extracción de la sal de la tierra. Pensábamos que era solamente cuestión de recogerla pero el proceso era bastante laborioso. A la salida había una muchacha que vendía tunas. Cristóbal compró cinco que guardó para luego.
En nuestro trayecto vimos a unos guitarristas tocar canciones tradicionales ecuatorianas pero tuvimos que continuar porque el tour seguía.
Luego, fuimos al restaurante comunitario. César Andrés quería comer fritada y Cristóbal decidió acompañarlo a donde lo expendían. Finalmente, descubrieron que la fritada se había acabado pero lograron que una familia del sector les vendiera un sabroso almuerzo. Mientras tanto, nosotros en el restaurante disfrutamos de música bomba con un grupo de la comunidad. Luego de esto, tocaron unos muchachos varios instrumentos tradicionales de la región. Se llamaban Los Cimarrones. No excedían los 14 años y se notaba su amor a la música. Fue muy divertido su desempeño.
Regresamos apresuradamente Ana y yo a la estación de tren para no perder su partida pero descubrimos a César Andrés y Cristóbal descansando luego de su opíparo almuerzo. Decidimos comprar helados de ovo y tuna mientras esperábamos que se permita abordar el tren.
Al embarcarnos en el tren, Cristóbal nos brindó las tunas. Estuvieron sabrosas pero al poco tiempo, nos empezaron a picar las manos por las invisibles espinas que cargan.
Nos ofrecieron un refrigerio mientras volvíamos por los puentes y túneles en forma inversa a las que habíamos venido. Nos pidieron que llenáramos una encuesta de satisfacción y me sentí mareado. Fui a la puerta del vagón para tomar aire y me sentí mejor pero al llegar a la estación de Ibarra, salí corriendo al baño. Luego de esto, me alivié totalmente.
César Andrés se despidió de todos luego de que nos indicó que la terminal de autobuses estaba cerca y que podíamos llegar caminando. En el trayecto Cristóbal decidió entrar al mercado a comprar frutas y se sirvió un helado de paila.
Cuando llegamos a la terminal terrestre, encontramos una fila de unos veinte metros para comprar pasajes. Corrí en mi intención de llegar antes de que creciera más y me puse al final de la fila. Nos tardamos una media hora en comprar los pasajes.
Nos embarcamos enseguida y dormimos todos. Cristóbal se despertaba a ratos para comerse las frutas que había comprado mientras yo molestaba a Ana.
Finalmente, después del lago viaje (que Ana aseguraba que pasaba por la ciudad de Cayambe y está fuera de la ruta) llegamos a Quito. Fuimos a la avenida principal para tomar un taxi. Era de noche y no paraba ninguno pero finalmente pasó un bus que nos servía para llegar a nuestras casas a todos. Nos subimos felices.
Ana y yo nos despedimos rápidamente de Cristóbal cuando descubrimos que ya llegamos donde nos debíamos bajar. LLegamos contentos a casa.